El día que dejé sin trabajo al diariero de mi barrio
Si tuviera que pensar en un día
que en mi vida marca el cambio de una época a otra, es, sin duda, el día en que
dejé sin trabajo al diariero de mi barrio.
Llevamos 17 años en esta casa y
una de las primeras cosas que hicimos cuando nos mudamos fue contratar el
diario Los Andes del domingo. Era cuestión de tener suerte en el “cara o cruz” para que el otro se levantara a
buscarlo y lo trajera con el café a la cama. Cuerpo principal para acá y el resto
para allá o viceversa.
Un día, ya no hubo moneda ni
sorteo y a los dos nos dio fiaca levantarnos
para hacer el desayuno. Así, con la lengua seca, preferimos leer las noticias
en el celular. La misma pereza volvió a repetirse al domingo siguiente y al
otro. Los diarios se empezaron a acumular,
sin abrirse, parece que ese invierno hasta a ellos les daba frío desnudarse.
Ya no era necesario esperar a que
fuese domingo para leer las noticias y surgió entonces, en cada madrugada, la nueva
imagen del desvelado de turno que vino a encandilar el sueño del otro con la
pantalla.
Así fue que un día decidí que ya
no tenía sentido seguir recibiendo el periódico y cuando pasó el diariero a
cobrar le comuniqué mi decisión. No puedo olvidar su cara como diciendo: “¿Ud.
tampoco lo quiere más?” Me sentí culpable pero ya era un hecho, aunque pronto
llegaría la primavera sabía que ninguno se iba a volver a levantar descalzo y menos asomarse en pijama a buscarlo a la vereda.
El canillita se subió a su
bicicleta y se fue. Definitivamente, se llevó el romanticismo de aquella época
en que mis niños buscaban las imágenes para recortar en el suplemento infantil,
época en que marcaba con asteriscos los avisos clasificados y elongaba mis
brazos para doblar las hojas sábana, sin olvidar, por cierto, el tizne negro en
mis manos al terminar su lectura.
¿Cómo siguen ahora los domingos?
Ayer, mi hija irrumpió en la
habitación a pedir explicaciones a su padre de por qué le había enviado por
Whatsapp una receta de “Cañoncitos de dulce de leche”. ¿Por qué a ella y con
qué intención? Acto seguido, supongo que para disimular su error “machirulo”,
llegó la receta al grupo de la familia y ahí se disparó la pelea dominguera
entre hermanos, uno la arrobó, la otra contestó con stickers, etc. Al tiempo que
ellos seguían su discusión, mi marido partió a entregar el departamento a unos
sanrafaelinos que habían hecho una
reserva por Booking mientras yo intentaba descargar un libro gratis de
Amazon en mi ebook. No puedo explicarles lo emocionante que ha sido para mí
descubrir a través de Facebook las donaciones que hacen los escritores que se
han sumado a la iniciativa #YoMeQuedoEnCasa
para contribuir y ayudar a pasar la cuarentena por #Covid19, haciéndola más
entretenida.
Los invito a ver un video
para conocer cómo era mi vida tecnológica antes y como es después de que el diariero partiera definitivamente de mi casa en bicicleta.
Por cierto, comparto con Uds. mi experiencia como madre de adolescentes que se atreve a las redes sociales:
¡Hasta la próxima!
¡Impecable tu nueva entrada, Susana! ¡¡Me encantó el video!! Creo que refleja a la perfección la situación de muchas familias.
ResponderEliminar¡Saludos!
También me pasó mirando las fotos de Instagram con mi hijo!!!
ResponderEliminarMe encantó la historia de la familia Susana. Ni hablar de Instagram �� es verdad nuestras madres quieren agrandar las fotos y le ponen Me Gusta, sin querer ♥️��
ResponderEliminarYo les digo que después lo saquen al "Me gusta" y me dicen que no porque aparece peor, que lo puse y lo saqué , jaja .
EliminarQué lindo blog y qué bueno está representado. Me encantó!!! Sin duda yo también son de esas que mete la pata y que en muchas ocasiones, mis hijos me sacan dudas y enseñan alternativas.
ResponderEliminarMuy interesante el tema de la familia! Me encanto!
ResponderEliminarFelicitaciones! Genial tu entrada! El vídeo,bravo !!!!¡
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